
Laura Ferreño y María Laura Gimenez
NUEVAS TECNOLOGÍAS E INCUSIÓN SOCIAL
En consecuencia, las capacidades socioculturales de la ciudadanía variarán en función del
volumen de su capital social. Así, mientras los grupos más vulnerables priorizarán las redes
de reciprocidad o asociaciones de intercambio, es decir, aquellas instituciones informales
sustentadas en los usos y costumbres, lealtades personales y lazos de afinidad; quienes
cuenten con un capital social significativo se focalizarán en generar estrategias para insertarse
en ámbitos laborales y sociales, y en consecuencia, su interés se direccionará hacia aquellas
instituciones que les brindan garantías o derechos (Arcidiácono, 2011). Por lo tanto, es
necesario reflexionar respecto a los mecanismos más idóneos para incluir (y en tal sentido
“reciudadanizar”) a quienes carecen de suficiente capital social, para que las instituciones
formales constituyan algo más que un lugar de paso —en el mejor de los casos— en tanto
ámbito burocratizado donde se tramitan los subsidios estatales, y se transformen en lugares de
estar, esto es, espacios de pertenencia y no de ajenidad.
Este entramado de relaciones puede canalizarse mejor en las grandes ciudades y áreas
metropolitanas debido a que estas comunidades cuentan con una presencia activa del Estado
nacional y provincial que llega directamente al territorio a través de las agrupaciones de base,
y a la vez, del gobierno local como interlocutor político, ya que este como dador de recursos
carece de relevancia (Rofman, Gonzalez Carvajal, y Anzoategui, 2010). Este solapamiento de
los poderes de los diversos niveles gubernamentales conlleva la intervención de diversas
jurisdicciones político-administrativas. En cambio, en las zonas rurales y periurbanas, la
presencia del gobierno local y de los diversos Programas Nacionales que asisten a los
productores minifundistas se convierten en soportes para el acompañamiento en mejoras no
solo del ingreso sino de la calidad de vida de esos grupos más vulnerables. La extensión
territorial del país y la intermitente inversión en infraestructura posiciona a los actores
sociales rurales en una situación de inequidad.
En Argentina las consecuencias de la pandemia se reconfiguran permanentemente. Entre las
más importantes, mencionaremos: el aumento de las diversas opciones de virtualidad que ante
el repliegue hacia el hogar del trabajo y la escolaridad agudizó el desafío de analizar un
fenómeno con tantas aristas; y la emergencia del agotamiento de las formas de concebir y de
“hacer” política en Argentina, que disoció las dirigencias partidarias y gubernamentales de las
necesidades de la ciudadanía, situación que replicó en territorios muy disímiles entre sí e
involucró a todas las clases sociales.
La nueva realidad se trató de sortear con explicaciones que se volvieron lábiles con el paso
del tiempo, el corolario de estas prácticas discursivas fue que el sustento de racionalidad y la
construcción de la verdad se tornaron cambiantes y difusas. Como resultado, las tensiones
entre diversos sectores de la sociedad y las instituciones y/o quienes se encontraban a su cargo
se incrementaron, llevando a un “estado de perplejidad muy agudo en variados debates y
elaboraciones de los ámbitos públicos” (Rivas, 2021: 1). Este écart (Jullien, 2017), en tanto
distanciamiento que sale de la norma, desorganiza el contrato social vigente y revela el
“entre”, es decir, las tensiones de la diversidad ante las distintas posibilidades de vinculación
entre las pluralidades y la singularidad impuesta desde los organismos estatales, a partir de las
medidas del PEN al decretar primero el ASPO y luego el DISPO, qué impusieron la
modalidad online en los vínculos tanto sociales (parentales y de reciprocidad) como
institucionales (incluido todo los niveles educativos). Estas tensiones de lo diverso son